Por H.C. Esquivel
Riesgo elevado
Aunque la mayoría de los medios occidentales aplaudieron el ataque con drones ucranianos a bombarderos rusos estacionados en cinco aeropuertos diseminados en distintos puntos del país más extenso del planeta, distintos especialistas estadounidenses advierten del “grave peligro” que ese ataque implica.
Los titulares sobre la “Operación Telaraña” mostraban adjetivos como “éxito”, “gran golpe”, “operación audaz”, y hasta “Caballo de Troya del Siglo 21”. Tráileres llevaron a las inmediaciones de bases aéreas militares de Rusia, sus remolques que en realidad eran lanzadores de drones “baratos”, que al desplegarse hacia los bombarderos rusos, estallaron sus cargas y provocaron distintos tipos de daños, algunos totales, otros parciales.
Aunque el ejército ucraniano informó la destrucción de más de 40 aviones, análisis sobre imágenes de satélite posteriores por parte de Estados Unidos, señalaron la destrucción de unos siete aviones Tupolev TU-95, un bombardero de turbohélice, apodado “Oso”, operativo desde la década de los 50; y Tupolev TU-22, avión supersónico de la época de la Guerra Fría, ambos con capacidad de cargar y desplegar armas nucleares.
Por encima del éxito de la operación, el peligro está en que fue un ataque directo a la “Triada Nuclear” de Rusia. Es decir, el equipamiento de disuación nuclear con que tanto Rusia como Estados Unidos tienen para amenazarse y a la vez, evitar la aniquilación.
La triada de ambas potencias está conformada por sus misiles nucleares en silos o vehículos terrestres ubicados en su territorio, por los submarinos con misiles nucleares, y por los bombarderos, que según los tratados entre ambas potencias, esos aviones deben estar estacionados al aire libre para ser fiscalizados por los satélites en cualquier momento.
Analistas militares del Reino Unido y de Estados Unidos advirtieron que ese ataque puede provocar una respuesta con armas nucleares por parte de Rusia.
Sin embargo, desde el Kremlin resonó un incómodo silencio, mientras los enterados esperaban la atronadora respuesta en cualquier momento y con la esperanza de que fuera sobre territorio ucraniano.
“Nunca habíamos enfrentado una crisis como esta”, dijo el Coronel retirado del Ejército de Estados Unidos, Douglas McGregor, al señalar que este momento es aún más peligroso que la Crisis de los Misiles en 1962.
Pero la provocación tenía días de escalada previa.
Desde el principio de la invasión a Ucrania, el Presidente ruso, Vladimir Putin, informó, a su contraparte ucraniana, a través del ex Primer Ministro de Israel, Nafatlí Bennett, que no atentarían contra la vida de Volódimir Zelenski.
Sin embargo, del lado contrario no ocurrió lo mismo; el pasado 23 de mayo, cuando visitaba la región de Kursk, (invadida por Ucrania desde el verano pasado hasta hace unos meses), la zona de visita presidencial fue objeto del ataque de más de mil drones en tres días, donde el ejército repelió ataques al helicóptero presidencial.
Ante la represalia rusa, consistente en ataques con más de 400 drones y misiles hacia bodegas de municiones y fábricas de armanento, el Presidente de Estados Unidos calificó a Putin como “loco” por la “inexplicable escalada”, y la pregunta de un reportero estadounidense, si sabía del atentado hacia el mandatario ruso, orilló a Trump a decir un incómodo “no sabía”.
El geopolitólogo John Mearsheimer, quien en los años 90 advirtió que la expansión de la OTAN hacia Rusia sólo traería la guerra; y el ex agente de la CIA, Scott Ritter, coinciden en calificar como “actos terroristas” de Ucrania, la demolición de puentes sobre trenes de pasajeros en las regiones de Kursk y en Briansk, donde murieron siete personas y más de 70 resultaron lesionadas, actos coordinados el día previo a la Operación Telaraña.
Especialistas estadounidenses como el economista Jeffrey Sachs, el ex analista de la CIA, Larry C. Johnson o el ex diplomático británico Alastair Crooke, los ataques coordinados sobre bombarderos estratégicos debieron contar con el apoyo al menos de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, la CIA; y de Inglaterra, el MI-6, tanto por la ubicación de los aeropuertos, como por el uso de satélites militares.
Theodore Postol, especialista en defensa aérea y misiles, profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts, MIT, y ex analista del Pentágono, dijo que hace un año retomó su activismo antinuclear cuando vio una señal alarmante.
El 23 de mayo de 2024, drones ucranianos hicieron blanco en un radar ruso de alerta temprana en la región de Krasnodar, lejos del frente de batalla, un aparato que podía detectar más de 500 amenazas, incluidos los misiles balísticos intercontinentales lanzados desde aviones o submarinos.
Ante el último ataque, tanto Postol como los otros analistas mencionados, solo ven una “locura” de grupos belicistas, donde se coaligan por igual miembros de los servicios de inteligencia y legisladores al servicio de la industria armamentista.
El ataque a los bombarderos propició una llamada inmediata del Canciller ruso, Serguéi Lavrov con su homólogo estadounidense Marco Rubio y al día siguiente se dio la llamada Putin-Trump, de la cual se informó una vez concluida.
En la llamada Trump afirmó a Putin que no estuvo enterado de la operación… ¿Caramba!
¿Qué es mejor?, ¿el “hombre más poderoso del mundo” malvado y provocando la hecatombe nuclear, o el mismo personaje ignorante de lo que hace el gobierno en la sombra?
Putin avisó a Trump que deberá contestar ese agravio y aunque algunos auguran una respuesta nuclear, en lo personal pongo mi apuesta del lado de la opinión de un amplio grupo de analistas, quienes señalan que esa respuesta es la esperada por los belicistas occidentales y el mandatario ruso no caerá en la trampa, sino, por el contrario, reforzará su guerra de desgaste, que implica terminar de agotar los arsenales de la OTAN hasta provocar la rendición de Ucrania y terminar, por ahora, la amenaza atlántica en su frontera.